sábado, 19 de diciembre de 2009

NOCHEBUENA

NOCHEBUENA


De mi infancia recuerdo,
que con nuestros padres
vivíamos de un sueldo.

Éramos sólo cuatro,
mis padres, yo y el pequeño.

Papá cayó en desgracia,
perdió con el empleo
la salud y la gracia.

Andaba pesaroso;
no paraba en casa,
buscando algún trabajo,
para honradamente,
poder comer los cuatro.

Pasaron días, semanas;
pero sin resultado.

Entre comida y tasca,
se gastó lo ahorrado.

Mamá fue asistenta,
el otro niño y yo
oramos en la iglesia
pidiendo al Gran Señor,
quitase la miseria.

Después de largo tiempo
llegó Nochebuena,
se engalanaron calles,
lucían escaparates
con suculentas cestas
que mi hermano y yo,
detrás de las cristaleras
mirábamos hambrientos,
sabiendo era dieta
destinada a otros cuerpos.

En casa sería sopa
con poco de relleno.

Ese día por la noche,
calientes tras el fuego,
estábamos los tres
a papá esperando,
para así, todos juntos,
conmemorar el Hecho.

Papá se retrasaba,
sentía el llegar vacío,
solo con lo puesto,
por eso fue a ponerse
al bar algo contento,
para ahogar las penas,
que sufría por dento.

Cuando por fin llegó,
mi madre sollozaba,
temiendo con dolor,
la vida que aguardaba,
de seguir la situación.

Nosotros con sueño,
sentíamos tan solo
no tener cuerpo lleno.

Pasamos al comedor,
y ocurrió el milagro.

Lucía con esplendor,
en medio de la mesa,
servida con lo mejor,
preciosa figura
del Glorioso Niño Dios,
y un mensaje que decía,
de parte del Señor:

"Oi las oraciones,
y siento compasión,
por eso será otra,
vuestra vida desde hoy"

Papá a los pocos días
encontró nuevo empleo.
Volvió la alegría,
el amor y el sosiego.

Desde aquel entonces,
y por este tiempo,
preside nuestra mesa,
el Señor de los Cielos,
Padre de la humanidad,
que este es su día,
día de Navidad.

¡VAMOS A BELÉN!

Fui a Belén a ver
al Niño Dios
que acaba de nacer.

Allí estaba llorando
y la Virgen y San José pensando,
que algo le dolía,
si la barriguita,
si las encías.

Entonces comprendí
que era,
por los que estábamos allí;
viéndonos por dentro,
como por un espejo.

Sabe cuales son buenos
y cuales malos,
y sabe nuestros pecados.
De ellos me arrepentí
y le vi sonreír.

Al contemplar su hermosura
le amé con ternura.
Igual hicieron los pastores
y fue el dueño
de nuestros corazones.

Por éso os pido
le adoréis conmigo.
No le llevemos más regalo
que nuestro corazón
limpio y sano.
Es lo que más aprecia
de todas las riquezas

Le ayudamos de esta manera
a cumplir su misión
aquí en la tierra,
librarnos del mal
del pecado original.

Así que ¡hale!
vamos a Belén a verle
a ponerlo alegre.



Recuerdo que el día de Reyes, en el salón de actos de la iglesia parroquial, se hacía representaciones Navideñas y, con este motivo, nuestro padre nos componía unas poesías para los tres hermanos de entonces, que salíamos a recitar todos nerviosos, y comiéndonos ulgún que otro verso. Pues bien, la que antecede y la siguiente, aunque no se pueden comparar en calidad con las de mi padre, son un recordatorio a esas entrañables fechas.